Soy de esas ultimas generaciones que se criaron sin ordenador, ni móvil, ni maquinitas. Nosotros teníamos soldaditos de plástico, coches de juguete, series de televisión violentas, canicas, pistolitas, peonzas, actionmanes y demás. Mis favoritos siempre fueron los playmobils, esos muñequitos de 7,5 cm de alto con articulaciones en cuello, hombro, muñeca y pelvis.
Tenia playmobils de todo tipo: policías, medievales, de obras, granjeros, médicos, piratas, del oeste... Estos últimos me encantaban. La oficina del sheriff, el jefe indio, el chamán de la tribu, la diligencia del banco, los cowboys, un trampero y varios buscadores de oro formaban mi pequeño Wild West. Con ellos era un John Wayne ó un Clint Eastwood de 7,5 cm. A mis 6 años, los caballos recorrían a galope tendido esa extensa llanura desértica en la que convertía al pasillo de mi casa.
Pero volviendo a la caja del tesoro... Guardo un soldado del 7º de caballería. Quizás sirvió bajo las órdenes del General Custer, un héroe superviviente a Little Big Horn. Yo le llamo Henry y es pelirrojo, con pecas. Ha perdido su sombrero, el revólver Colt y el Winchester. Pero ahí sigue de pie el tío, en posición de firme, fardando de botones dorados en su casaca azul.
La verdad es que Henry nunca ha sido mio del todo. Me lo regaló alguno de mis primos, librándole de acabar sus últimos dias en una bolsa de basura. Y acepté el regalo por eso de la nostalgia.
Nostalgia de una caja que nunca llegué a abrir. Y es que a mi Wild West siempre le faltó un fuerte. Algo que siempre quise. El Fort Glory de Playmobil fue el amor platónico de mi infancia, con sus banderas, sus soldados, esa firme empalizada, y el nombre en un cartel encima de la puerta.
La misión de Henry en la caja es recordarme que algún dia, rebuscando en alguna juguetería el Fort Glory caerá en mis manos. El pasillo de mi casa volverá a convertirse en algún desierto de Arizona, por el que Henry cabalgará con su sombrero, su revólver Colt y el Winchester
que gonito chino :)
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